- Reflexiones sobre el yo en Freud -
*El malestar en
la civilización
“En condiciones
normales nada nos parece tan seguro y establecido como la sensación de nuestra mismidad,
de nuestro propio yo. Este yo se nos presenta como algo independiente,
unitario, bien demarcado frente a todo lo demás. Sólo la investigación
psicoanalítica - que por otra parte, aún tiene mucho que decirnos sobre la
relación entre el yo y el ello - nos ha enseñado que esa apariencia es engañosa;
que, por el contrario, el yo se continúa hacia dentro, sin límites precisos, con
una entidad psíquica inconsciente que denominamos ello y a la cual viene a
servir como de fachada. Pero, por lo menos hacia el exterior, el yo parece
mantener sus límites claros y precisos.
Sólo los pierde
en un estado que, si bien extraordinario, no puede ser tachado de patológico: en la culminación del
enamoramiento amenaza esfumarse el límite entre el yo y el objeto. Contra todos
los testimonios de sus sentidos, el enamorado
afirma que yo y
tú son uno, y está dispuesto a comportarse como si realmente fuese así. Desde luego,
lo que puede ser anulado transitoriamente por una función fisiológica, también
podrá ser trastornado por procesos patológicos. La patología
nos presenta
gran número de estados en los que se torna incierta la demarcación del yo
frente al mundo exterior, o donde los límites llegan a ser confundidos: casos en que partes del propio cuerpo, hasta
componentes del propio psiquismo, percepciones, pensamientos, sentimientos, aparecen
como si fueran extraños y no pertenecieran al yo; otros, en los cuales se
atribuye al mundo exterior lo que a todas
luces procede del yo y debería ser reconocido por éste. De modo que también el
sentimiento yoico está sujeto a trastornos, y los límites del yo con el mundo
exterior no son inmutables.”*
Este sentimiento
subjetivo de la presencia del yo como algo natural para la persona, no sometido
a ninguna idea crítica, que nos describe Freud, es sin embargo efecto del inconsciente.
La psicología
del yo, propia de nuestra cultura, se ha fundamentado entre otras cosas en la
constancia con que los síntomas patológicos, tanto de la neurosis como con
especial claridad de la psicosis, alteran sus funciones.
La coherencia de
las propias ideas y sentimientos se ve alterada en el trastorno psíquico,
afectando al yo y dando como resultado una
inadecuada adaptación.
Por contraste con
esta alteración del yo en las patologías, el adecuado funcionamiento del yo es
tomado comúnmente como la medida de la normalidad por un razonamiento
simplista:
Si se altera en
la patología es porque cuando funciona bien estamos saludables, lo cual resulta
muy simple.
Las cosas son
más complejas. En un extremo, su buen funcionamiento puede ser un síntoma
patológico, como se ve por ejemplo en el cuadro clásico del delirio paranoico
en que el yo hipertrofiado – megalomanía - con todas sus funciones intactas,
produce sin embargo un juicio delirante.
Es más complejo
porque el yo no es todo el sistema psíquico, sino una función dentro del
psiquismo.
Gracias a Dios,
como suele decirse, existe el yo, que nos permite adaptarnos a la realidad;
dicho lo cual es necesario agregar que el exceso de rigidez de sus funciones es
también un síntoma patológico.
Nuestra cultura
opera en los individuos con la exigencia de funcionar con cierta rigidez del
yo. Demanda, como dicen los españoles, “tenerlo todo claro”, dejando de lado la
posibilidad de adaptarse a las distintas condiciones inconscientes en los
cambios a que la vida nos somete. Facilita las tendencias paranoicas y psicopáticas
de la personalidad.
La condición
ideal de la salud es, en este aspecto, un funcionamiento del yo suficientemente
claro y al mismo tiempo elástico, con capacidad de gestionar nuestra situación en la realidad y de cambiar
y adaptarse cuando la circunstancia lo requiere.
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