El
dolor que produce el recuerdo de algo perdido se ancla en el alma a través de
dos raíces, una la de las cosas reales que se han perdido, y la otra en el recuerdo
inconsciente de las primeras vivencias
de la infancia, que produce un sentimiento de algo que falta y que tenemos que
encontrar. Que se acerca automáticamente desde sus fuentes inconscientes a
potenciar ese dolor.
En
este sentido los seres humanos tenemos una veta nostálgica.
Freud
nos dejó el concepto de que a los cinco años ya está formada la parte esencial
de la personalidad.
En
la clínica de pacientes con aspectos psicóticos se observa la gran intensidad
de estos conflictos primarios.
No
se presenta como una esquizofrenia sino como gente normal con un síntoma
especialmente doloroso que le dificulta su vida emocional.
Los
tratamientos psicoanalíticos de estos casos resultan al comienzo productivos,
pero llega un momento en que se enlentecen, por la aparición de estas emociones.
Este
mundo inicial de la mente humana es el período de sentimientos más intensos.
Son los niños los guerreros de esos tiempos, acompañados por sus padres y
criadores que les acompañan en el crecimiento y la moderación de esta
intensidad. Pero ella sigue viva (y así ha de ser por naturaleza) y se hace
presente en estas situaciones de pérdida.
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