El Yo cumple la función de adaptación del
sujeto a la realidad. Tener un carácter consistente, una personalidad
estructurada alrededor de un Yo fuerte es un logro psicológico que ayuda a
situarse en las dificultades de la vida.
Sin embargo creer que el Yo es el propio ser o
su centro es un error. Confundir sus contenidos, ideas y emociones con la esencia
del espíritu humano produce en la persona un aspecto de estereotipo, un efecto
de “siempre igual a sí mismo” que lo asemeja a una figura de museo de cera
alejándole de su naturaleza dinámica y
cambiante, en permanente transformación.
Con razón se ha dicho que no hay mayor loco
que el rey que se cree rey.
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