Referido
a este afán de pelear del ser humano, unos contra otros, desde hace doscientos mil
años, o el tiempo que fuera desde que existe el humano sobre la Tierra, nos
invade la sensación de que esto es un error, una estupidez, un rasgo de salvajismo.
Dicen
al algunos que el ser humano es, materialmente, un salvaje.
No
soy del todo ignorante respecto de las ideas freudianas acerca de que el
inconsciente es un reservorio potencial de pulsiones, de fuerzas primarias, de
sentimientos que afectan al humano y que, lejos de ser una cuestión
circunstancial es, por el contrario, esencial a su personalidad.
Freud
decía a sus alumnos que “hay una falla consustancial a la naturaleza psíquica
humana”, complementándolo con el consejo para su trabajo como psicoanalistas, que
“no la quieran arreglar”.
Y
que, cuando algún joven inquieto le decía: Profesor, entonces ¿qué tenemos que
hacer con eso? Freud le contestaba que se las arreglara como pudiera.
De
todos modos, más allá de las diversas reflexiones, no dejo de sentir que esta
condena a la violencia convive, paradójicamente, con una condena al amor y la
creación. Que, si nos es imposible dejar de odiarnos, también lo es dejar de
amar y de crear.
Me
acuerdo de Borges cuando decía que lo que salva al hombre es el amor y el arte.
Me gusta y creo que no es sólo un gusto personal, sino un dato duro de la
realidad.
A
ese dato real lo llamo poesía, lo que nos indica la naturaleza simbólica del
hombre.
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